jueves, 16 de noviembre de 2017

MEMORIAS DE UN "NIÑO DE LA GUERRA" (mi último libro)


1.     PRIMERA VISITA DEL COMITÉ  FRENTEPOPULISTA
               Era un día  de  mediados de julio del 1.936.  Almorzábamos la familia  en el amplio y  único porche interior  que tenía nuestra vivienda, al que daban  por puertas veladas con  cortinas otras dependencias en el cortijo de, “La Alhóndiga”. Había una ante-puerta exterior, un tanto en alto, rodeada de  poyete y asombrada con un parral  de uvas  negras, cual suelen tener todas casas hortelanas de la ribera guadalhorceña.

Por la  amplia   puerta, siempre  abierta,  se veía el enorme  patio  empedrado al que embocaban, igual que nuestra casa,  todos los departamentos  de la hacienda  labriego  ganadera;  se accedía a este patio desde el exterior por un enorme portón que permitía el paso  de carretas y bestias cargadas;  para la entrada y salida de personas, en una de las hojas del portón   se abría  una portezuela de franqueo.
   
  En lejanía  no excesiva, teníamos siempre la viva estampa física  del mirífico cerro de la Virgen y,  la propia  Ermita de Nuestra Señora de los Remedios, Patrona de Cártama; cerro,  coronado por el Castillo Fortaleza de los moros.  Como enorme mastín, Cártama   dormita desde la noche de los tiempos  a  los pies de esta joya orográfica.

La naturaleza ofrecía un virgiliano cuadro de ventura y paz que, por desgracia,  estaba ya muy lejos de anidar en el corazón de las personas,como se iba percatando el único niño que había en el cortijo con no más de cinco años. Se mascaba el odio en donde antié no más,  reinaba una  paz bucólica horaciana.  Para más,  a la caída de la tarde del día anterior, los candilazos  que el terral solía dibujar  por poniente en el firmamento  estival, alcanzaron un acusado y sangrante color rojo, insólito y  amedrentador,  que invadió el cielo desde los montes de Bonela hasta por encima del pueblo en línea con  los cuatro puntos cardinales. A mi corta edad  era la primera vez que veía semejante   fenómeno y  no recuerdo haberlo vuelto a ver;  todos los  componentes de la plantilla de trabajadores (sobre 15 personas habituales)  del inmenso cortijo de 200 fanegas de tierra entre regadíos y secanos, sobrecogidos por dicho  fenómeno atmosférico, lo atribuyeron   a una  misteriosa premonición   de guerra y sangre. Valga o no, más bien no,   el “vaticinio”, lo cierto es que no tardó   muchos días en   concretarse   una guerra civil loca y fratricida, tal se venía presintiendo desde algún tiempo antes.

Estábamos a la mesa aquel día que nos ocupa,  la familia que componíamos,  mis padres, mi hermana menor y yo mismo;  también estaba con nosotros en aquel almuerzo el boyero, Paco “El Tito”, porque era día de barcina apretado de tiempo y mi padre le ofreció  que comiera con nosotros. Faltaba ese día mi tía Pepita, hermana de mi madre,  de 16 años, que  había ido a casa de sus padres, mis abuelos maternos,  en el Cortijo, El Convento, cercano a  Alhaurín de la Torre. Regresó aquella misma tarde con mi abuelo quien, de seguida, retornó a lomos de su  burra  ya de atardecida.
                              
Mi madre había cocinado  las conocidas como sopas  de “caldoponcima” (cucharada y, detrás,  bocado  a lonchas de pepino como sobrerregalo fruido al paladar); de segundo, pimientillos tiernos fritos que, ella misma haciéndose acompañar por mí,   fue   al huerto por ellos,  a los que guarneció  para comer con  huevos fritos; de postres perillas sanjuaneras, brevas  y alguna tajada de los primeros melones del año. El sueldo de mi padre no daba para ir por pescado (carne la de las matanzas tradicionales conservada en orzas y, en embutidos colgados del techo de la sala alacena, la de los pollos camperos que  criaba mi madre, alguna liebre, conejo  o piezas de  pluma que de vez en cuando  cazaba mi padre. Había que comer de lo que daba el campo, que no era poco, sino, ni más ni menos que la hoy tan traída y llevada dieta mediterráneo.  
A mitad del almuerzo, irrumpieron en el patio  unos 10 ó 12  milicianos del Frente Popular que, armados hasta los dientes, se situaron en sitios estratégicos sin perder de vistas a mi padre; sólo fueron  cuatro los que entraron en  casa y  pidieron que se les entregara en  ese mismo momento la escopeta de caza. Mi padre les dijo que pidieran al encargado, Juan de la Tota,  las llaves del almacén de granos que la finca tenía en el pueblo (hoy carpintería de Mojete), pues hacía tiempo que no salía a cazar y la había echado sobre la pila de trigo en dicho almacén.

Quizás por  lo inoportuno de la hora, dieron por buena la excusa de mi padre y se marcharon, no  sin advertirle: ”Puedes figurarte las consecuencias si vamos al almacén y la escopeta no está en él…”


2.-A PARTIR DE ENTONCES  PERNOCTAMOS EN CASA DE PACO, “EL TITO”

            El bueno de Paco el “Tito” dijo a mí  padre:   “Frasquito desde esta noche tu familia  se viene a dormir en mi  casa; ya nos las arreglaremos; deben salir  entrada la noche y marchar por el borde la acequia sin que nadie los vea. Tú, coges una manta y la escopeta y te vas a dormir a algún sitio en las huertas que ninguno sepamos, hasta ver en que queda todo esto”…………….. Ya había empezado la quema de la iglesia, ermita e imágenes.