1. PRIMERA VISITA DEL COMITÉ FRENTEPOPULISTA
Era un día de
mediados de julio del 1.936. Almorzábamos
la familia en el amplio y único porche interior que tenía nuestra vivienda, al que daban por puertas veladas con cortinas otras dependencias en el cortijo de,
“La Alhóndiga”. Había una ante-puerta exterior, un tanto en alto, rodeada de poyete y asombrada con un parral de uvas
negras, cual suelen tener todas casas hortelanas de la ribera
guadalhorceña.
Por la amplia puerta,
siempre abierta, se veía el enorme patio empedrado al que embocaban, igual que nuestra
casa, todos los departamentos de la hacienda labriego ganadera; se accedía a este patio desde el exterior por
un enorme portón que permitía el paso de
carretas y bestias cargadas; para la
entrada y salida de personas, en una de las hojas del portón se abría
una portezuela de franqueo.
En lejanía no excesiva, teníamos siempre la viva estampa física
del mirífico cerro de la Virgen y, la propia Ermita de Nuestra Señora de los Remedios,
Patrona de Cártama; cerro, coronado por
el Castillo Fortaleza de los moros. Como
enorme mastín, Cártama dormita desde la
noche de los tiempos a los pies de esta joya orográfica.
La naturaleza ofrecía un virgiliano cuadro de ventura y paz
que, por desgracia, estaba ya muy lejos
de anidar en el corazón de las personas,como se iba percatando el único niño
que había en el cortijo con no más de cinco años. Se mascaba el odio en donde
antié no más, reinaba una paz bucólica horaciana. Para más, a la caída de la tarde del día anterior, los
candilazos que el terral solía
dibujar por poniente en el firmamento estival, alcanzaron un acusado y sangrante
color rojo, insólito y amedrentador, que invadió el cielo desde los montes de
Bonela hasta por encima del pueblo en línea con los cuatro puntos cardinales. A mi corta edad era la primera vez que veía semejante fenómeno y no recuerdo haberlo vuelto a ver; todos los
componentes de la plantilla de trabajadores (sobre 15 personas habituales) del inmenso cortijo de 200 fanegas de tierra
entre regadíos y secanos, sobrecogidos por dicho fenómeno atmosférico, lo atribuyeron a una misteriosa premonición de
guerra y sangre. Valga o no, más bien no, el “vaticinio”,
lo cierto es que no tardó muchos días en concretarse
una guerra civil loca y
fratricida, tal se venía presintiendo desde algún tiempo antes.
Estábamos a la mesa aquel día que nos ocupa, la familia que componíamos, mis padres, mi hermana menor y yo mismo; también estaba con nosotros en aquel almuerzo el
boyero, Paco “El Tito”, porque era día de barcina apretado de tiempo y mi padre
le ofreció que comiera con nosotros.
Faltaba ese día mi tía Pepita, hermana de mi madre, de 16 años, que había ido a casa de sus padres, mis abuelos
maternos, en el Cortijo, El Convento,
cercano a Alhaurín de la Torre. Regresó
aquella misma tarde con mi abuelo quien, de seguida, retornó a lomos de su burra
ya de atardecida.
Mi madre había cocinado las conocidas como sopas de “caldoponcima” (cucharada y, detrás, bocado a
lonchas de pepino como sobrerregalo fruido al paladar); de segundo,
pimientillos tiernos fritos que, ella misma haciéndose acompañar por mí, fue al huerto por ellos, a los que guarneció para comer con huevos fritos; de postres perillas sanjuaneras,
brevas y alguna tajada de los primeros
melones del año. El sueldo de mi padre no daba para ir por pescado (carne la de
las matanzas tradicionales conservada en orzas y, en embutidos colgados del
techo de la sala alacena, la de los pollos camperos que criaba mi madre, alguna liebre, conejo o piezas de pluma que de vez en cuando cazaba mi padre. Había que comer de lo que
daba el campo, que no era poco, sino, ni más ni menos que la hoy tan traída y
llevada dieta mediterráneo.
A mitad del almuerzo, irrumpieron en el patio unos 10 ó 12
milicianos del Frente Popular que, armados hasta los dientes, se
situaron en sitios estratégicos sin perder de vistas a mi padre; sólo fueron cuatro los que entraron en casa y pidieron que se les entregara en ese mismo momento la escopeta de caza. Mi
padre les dijo que pidieran al encargado, Juan de la Tota, las llaves del almacén de granos que la finca
tenía en el pueblo (hoy carpintería de Mojete), pues hacía tiempo que no salía
a cazar y la había echado sobre la pila de trigo en dicho almacén.
Quizás por lo
inoportuno de la hora, dieron por buena la excusa de mi padre y se marcharon,
no sin advertirle: ”Puedes figurarte las consecuencias si vamos al almacén y la escopeta no
está en él…”
2.-A PARTIR
DE ENTONCES PERNOCTAMOS EN CASA DE PACO,
“EL TITO”
El bueno de Paco el “Tito” dijo a
mí padre: “Frasquito
desde esta noche tu familia se viene a
dormir en mi casa; ya nos las
arreglaremos; deben salir entrada la
noche y marchar por el borde la acequia sin que nadie los vea. Tú, coges una
manta y la escopeta y te vas a dormir a algún sitio en las huertas que ninguno
sepamos, hasta ver en que queda todo esto”……………..
Ya había empezado la quema de la iglesia, ermita e imágenes.