martes, 17 de enero de 2017

DEL AMOR QUE NO MUERE AL CAMPO EN DO NACÍ


                 

                     El arte hace los versos, pero sólo el corazón es poeta (Andrea Chénier)

Para mí  el campo es de amar porque todo él es belleza en vuelo,   génesis siempre  de frutos  y vida.  El campo encierra los yo y los tú más primigenios y edénicos de la creación, el  Adán y Eva de la metáfora divina: el primer  amor y el primer pecado en carne y hueso mortal. El campo está en el Beatus ille de  Horacio  (“Beatus ille qui procul negotiis,/ ut prisca gens mortalium,/ paterna rura bubas exercet suis...”/. Dichoso aquel que alejado de los negocios,/ como la  antigua raza de los mortales,/ cultiva su heredad con los bueyes...). Y en la Égloga y Geórgica de Virgilio  que empezaba su Eneida diciendo “Yo aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de la leve avena...”. -- y, con los canutitos de avena, o de  alcacel, apretados con el dedo índice sobre  la frente haciéndose   una cruz,  los niños de otrora lograban  pequeños caramillos de sonido singular --.  Y en Garcilaso, y en Fray Luís de León que imita a  Horacio -- “Dichoso  aquel que huye del mundanal ruido,/ y sigue la escondida senda por donde han ido,/ los pocos sabios que en el mundo han sido...”. Y en el Pablo y Virginia de Goethe, y en el Emilio de Rousseau,  y en la  aventura paradisíaca  de Robinsón Crusoe de De Foe, y, en nuestros Delibes, Blasco Ibañez, Gabriel Miró...

Del  campo se ama todo porque sobre él alienta y se sustenta todo; de él mana  poesía del alma y  filosofía encauzadora de la razón.

Cada solsticio, va abriendo día a día, surco a surco, que diría Muñoz Rojas, secretos al campo que fue, es y será, una inmensa caja de arcanos.            Entrañan  secretos las peñas, razones de ser cada árbol y luces los caminos y realengas. Cada primavera, todo árbol es un corazón que late con decenas de nidos colgados en los que pipían pataletes implumes que luego serán voladoras  saetas con plumas.

Tamaña y misteriosa aventura la del grano que cae en la  amelga, tirada por mano humana, arrastrada por el viento, transportada por los insectos o el polen que auto poliniza  la planta madre. El niño de la  Alhóndiga  ya reparaba con asombro la pequeñita aguja verde que empezaba a salir de la tierra en do fue echada su semilla por el sembrador; cómo después, ya  endeble caña crecida empanza en ella la espiga que en la era al son de las colleras de trilla devendrá en el trigo que se convierte en pan candeal, o, cómo de la maciza caña de maíz que fue leve golpe de grano sembrado en la tierra a estaquilla,  brotaba la mazorca de maíz que también era alimento.


El campo vivido en todo su sentido alto y profundo es la antítesis del odio y de la guerra. Es la paz que a veces ensangrentamos en una transgresión brutal de la razón de ser de las cosas.