martes, 15 de noviembre de 2016

SIEMPRE, RESPETANDO NORMAS, DIGO LO QUE PIENSO Y SIENTO


                No es de la incumbencia ajena señalar aquí a quien con una impertinente interpelación sobre mis escritos motiva este artículo. Eso sí, sus palabras y exabruptos me lo han dado hecho.

                Decir sin cortapisas lo que se piensa  no es para mí  más que una gloriosa coherencia con el hecho de haberse uno  atenido siempre a la  fe que  vivifica (Él lo dijo: “la verdad os hará libres”) Decir a mi edad lo que se piensa  sin dejarse acojonar arbitrariamente,  es acoplar la realidad de nuestro vivir a la fe y honradez “que corre y vuela” y contrasta con lo tópicamente correcto que proclama de carretilla, al dictado (ya se sabe de quienes), el cacareo del gallinero nacional que, ante el robo descarado de la clase política que padecemos solo sabe decir con gatuna sumisión, “pues esto es lo que tenemos”; decir, en  tal caso y siempre, decir   lo que se piensa es pasar de individuo robot  a persona; a persona con dignidad  que se atiene a sus principios  y a su esperanza en ellos; es parar miente asombrada en la belleza rutilante y multicolor del  pajarillo martín pescador que vuela rasante sobre el curso de las verdes aguas  bajo el puente de mi río Guadalhorce, cuyas orillas orlan los verdes sotos de la ribera; es convertir el desierto espiritual de estos tiempos en un nemoroso y edénico vergel.

                Y cuando decimos lo que sentimos  y pensamos quisiéramos ser oídos siquiera porque estamos en el estadio fronterizo  en el que la verdad inalienable es ya lección con palabras medidas que hacen brotar violetas, lo cual nos óbice para que de mis ojos esté brotando alguna que otra lágrima pero, sépalo, es por usted que ha sido capaz de mantener vivo su odio inmotivado y por causa errada durante 40 años. ¡¡40 años odiando!!,  en espera de una ocasión para herir aleve y públicamente con él a una persona inocente. Usted me da mucha pena, amigo.

                Ya, si una espina como la suya, me hiere injustamente,  eso sí, me aparto de la espina; pero no la aborrezco ni jamás la odiaré porque con el odio,  nada apacible, noble y duradero se construye.


                Y en cuanto a ese Dios al que usted me reprocha el creer, su derrota  por el positivismo mostrenco, procaz e insensato  de estos tiempos que busca el nirvana sin EL, sin el buen Jesús de Nazaret, yo sí, en efecto,  le he abierto aún más mi humilde corazón y comparto en este con Él catre y mesa, como decía García Lorca.  Y, ello, me da  razón y fuerza para seguir diciendo a los cuatro vientos lo que pienso y siento, que en este caso, repito, es infinita pena por usted.