jueves, 16 de junio de 2016

LA ENFERMERA MARI

    

Cuando uno  se ha visto por dos veces  ante la muerte por intervención quirúrgica de aneurisma aórtico, nada menos hace no muchos años,   se está en condiciones de valorar la categoría total  de los profesionales de la medicina que tenemos en Málaga y, por ende, en España. Se comprueba día a día  la acendrada condición humanitaria   de estos profesionales de la medicina aplicada  y de atención al enfermo, cual tuve ocasión de comprobar  hace ya nueve años en las antes citadas intervenciones                ---cuando tenía 76 años de edad y hoy ya estoy en los  ochenta y cinco---, por mor de estos profesionales abnegados (cirujanos, médicos de medicina especializada,  de cabecera,  enfermeros (as),  “ángeles de verde y azul” como les califico   en justicia en el especial “Reconocimientos” de mi penúltimo libro, “El Juglar y la Virgen  Peregrina” (ya conocido por el continente americano) que estaba terminando, precisamente,  en la ocasión extrema que antes cito. Saben estos profesionales que unido a las medicinas y cirugía, una gran parte de la terapia estriba en el trato humano  que el médico dispensa al paciente. Con esa premisa humanista son,  según mi especial experiencia,  coherentes estas almas buenas.

Pues bien, mientras  los “profesionales” externos  del  SAS (funcionarios, directores generales, políticos, y otros leguleyos de distinto pelaje) está en posesión del espíritu de Maquiavelo, la clase médica y sanitaria que día a día se entregan  con abnegada y vocacional disposición de servicio ayudando al que sufre el dolor de la enfermedad en estos casos,  hacen   honor al espíritu hipocrático.

Hace unos días me he visto en la necesidad de acudir al dispensario médico de Cártama-Pueblo para una simple  extracción de tapones de oídos en lo que me atendió  una  deferente y cariñosa enfermera que creo se llama  Marí, y he vuelto a encontrarme  con  un personaje (como todos estos servidores públicos) entrañable y competente, en cuya atención no se limitó a la mentada extracción, sino revisión de tensión arterial, valoración de azúcar, peso, estatura, interrogatorio específico, etc. etc.  He llegado   nuevamente a sendas conclusiones: 1) que las personas con vocación son la bendición de la vida y, abundan; doy fe de ello y, 2) que si todo el mundo actuara de esta humana forma, el mundo sería mucho más vivible.

Escribo esto porque me sale del corazón y porque ser agradecido es de bien nacido y, yo, lo soy. Dicho queda.