miércoles, 27 de mayo de 2015

APUNTES SOBRE LA RIBERA DEL GUADALHORCE

         
                   
            Luego de  terminar, en mayo de 1.949, el sexto curso  de Bachiller en el Colegio de los Hermanos Maristas de Málaga (hasta 5º, plan 38,  cursé en Cabra) durante el verano del mismo año hube de preparar en verano séptimo y ultimo curso para aprobarlo por libre en el Instituto de Antequera,   que preparé en la Academia del célebre profesor   y erudito malagueño, don Manuel Laza Palacio, autor de importantes y afamados libros de temas históricos y arqueológicos, y, descubridor y estudioso de la Cueva del Tesoro del Rincón de la Victoria, o del Higuerón,  en cuyas prospecciones, junto con otros condiscípulos, tan “lokos” todos como el maestro, entramos  varias  veces  en el antro prehistórico  a arrastraculo,  descolgándonos, como si fuéramos avezados espeleólogos,  por el estrecho boquete de acceso,  valiéndonos para ello de un cordel  de  pita atado por una punta al tronco de un almendro (¡Dios que edad!), cuando aún no  habían vaciado la enorme cantidad de tierra depositada en  el interior por los arrastres pluviales a lo largo de milenios.   El reducido hueco que dejaba la tierra acumulada lo recorríamos unas veces de pie y, otras, también  a arrastraculo provistos de linternas, sin más cascos ni otras martingalas ad hoc, entonces  no habituales.

            En septiembre de aquel mismo año, tras aprobar  el séptimo de bachiller de la forma dicha, superé, también en Granada, el terrible examen de Reválida, o de “Estado” del plan 38 y,  la vida y sus avatares (ciertamente duros: “el día que nací yo qué planeta correría...”), me impusieron que los contactos con el bueno y sabio de don Manuel fueran cada vez más distanciados pero, él, ya me había acrecentado la curiosidad intelectual por la literatura,  la  historia y otras disciplinas; hasta el extremo, de que muchas veces leía, echando barzones de las tareas del campo, escondido en el chambajo hecho con haces de cañaveras del río echadas sobre la falda redonda de un granado, en cuyo interior, los labriegos habían ahondado un redondel alrededor del tronco en el que se conservaban las papas de semilla preparadas para la siembra del pegujal vitorino de dicho tubérculo. Hasta el granado tenía una peculiaridad  especial: La mitad de su copa daba granadas de layo y, la otra mitad, de dienteperro.

Entre la gandinga del precario y acogedor  sombrajillo tenía escondido algunos de mis libros preferidos (entonces al que leía se le tenía más o menos por chalao y, no digamos si le veían llevar  al campo  libros para leer en los rengues entre revezos). Virgilio, Horacio, Cervantes, Gabriel Miró, Shakespeare, Goethe y otros muchos autores españoles y extranjeros eran devorados por mí. 

Fueron, entre otros,  mis poetas preferidos de joven campesino: Cesare Paveses (He visto caer/  muchos frutos, dulces, sobre una tierra que conozco / como un golpe...Hay un sabor igual / en tus ojos y en el recuerdo cálido... El dolor, como el agua de un lago, / tiembla y te rodea...); el mexicano, tan desconocido hoy,  Amado Nervo (“Elevación”: Recibe el don del cielo, y nunca pidas / nada a los hombres, pero da si puedes/... Da  pues, como el venero cristalino, / que siempre brinda más, del agua clara / que le pide el sediento peregrino...,/... Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno: / mas tú (Vida) no me dijiste que mayo fuera eterno!/.  Hallé sin duda largas las  noches de mis penas; / mas no me prometiste tú sólo noches buenas;/ y en cambio, tuve algunas santamente serenas.../: Amé, fui amado, el sol acarició mi faz. / ¡Vida nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!)

Y, qué decir de Juan Ramón Jiménez, y de Manuel Machado (del que  Borges argüía,  “dicen que Manuel Machado tiene un hermano que se llama Antonio”), y Lope, y Manrique, y Calderón y todo un infinito firmamento constelado de excelsos poetas por los que la humanidad es humana. Pero, en mi interior tiene un  escabel más alto el nicaragüense, Rubén Darío, el de "Azul", cuyo prólogo, del egabrense  Juan Valera, vale tanto como el contenido del tomo,  "Prosas profanas" y, en especial, "Cantos de  vida y esperanza": “Yo supe de dolor desde mi infancia; / mi juventud...¿fue juventud la mía?/ sus rosas aún me dejan su fragancia, / una fragancia de melancolía...  Mi intelecto libré de pensar bajo, / bañó el agua castalia el alma mía... / Potro sin freno se lanzó mi instinto, / / mi juventud montó potro sin freno; / iba embriagada...si no cayó fue porque Dios es bueno...
                                                          ***
                                   ¡Ruega   por nosotros, hambrientos de vida
                                    con el alma a tientas
                                    llenos de congojas y faltos de sol,
                                    por advenedizas almas de manga ancha
                                    que ridiculizan al ser de la Mancha,
                                    el ser generoso y el ser español.
                                                          ***
                                    Señor don Quijote:

                                     Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
                                     ruega casto, puro, celeste, animoso;
                                     por nos intercede, suplica por nos,
                                     pues casi ya estamos sin savia, sin brote.
                                    Sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
                                     sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios...
                                                        
                                                        ***      
                                    ...Y de nuestra carne ligera /
                                   imaginé siempre un Edén,
                                   sin pensar que la Primavera
                                   y la carne acaban también
  
                                   Juventud divino tesoro,
                                  ¡ya te vas para no volver!
                                  Cuando quiero llorar, no lloro
                                  y a veces lloro sin querer.

            Lector mío: Lo que antecede quiere ser una leve y fugaz secuencia de aquellas tertulias de algunos de los discípulos de don Manuel Laza Palacios con el sabio maestro, entre los que durante algún tiempo me encontré; tertulias que aún prolongándose hasta altas horas de la noche, siempre nos sabía a poco. Al rememorarlas, queridos jóvenes lectores,  sólo pretendo, quizás sin derecho a ello (perdón),  elevar tu espíritu y despertar en ti la afición por los negocios del espíritu y de la cultura humanista. ¡Dichoso yo, si en algo te he ayudado a ello!

            Y, ahora, volvamos a la trocha  de la que, para glosar lo que  antecede, me he salido.
             Un día de 1.955, leyendo el Diario Sur me topé con un extenso  trabajo  de mi antiguo profesor  (maestro), don Manuel Laza. Por razón de su dimensión sólo hago aquí una somera referencia   en la que aparece la Cártama ibero-fenicia  con notas  del mayor interés, no sólo local, sino válidas por analogía hostoriológica para toda la comarca guadalhorzana.

            El erudito investigador e historiador, concluye, como tantas veces se lo oí decir en nuestras tertulias ya referidas,  que el nombre  de Cártama no proviene de la raíz Cartha (ciudad escondida), sino  del prefijo Carta, o, Cart, que significa “Ciudad” y, del sufijo ma, también raíz fenicia, que equivale a,  “Madre”; según ello,  en aquellos lejanos y misteriosos  tiempos, más que probablemente Cártama fue una “metrópoli”, bajo cuya  égida  estaban otros pueblos ribereños del Guadalhorce    --“Val de Santa María” o de Cártama”, que así se llamó todo  el valle del “río del pan del trigo”-- sin excluir  la factoría fenicia  Malaca, construida e implantada  en la desembocadura del Guadalhorce, entonces navegable, después de haber descubierto Cártama  los púnicos por el curso fluvial. De ello hablo ampliamente  en mi libro, “Cártama histórica. El Juglar y la Virgen Peregrina”.  A lo mejor las excavaciones que dirige mi buen amigo Paco, “el arqueólogo”, nos aclara algo más sobre dicho extremo. Existieron pueblos, de los que hoy no quedan  más que referencias arqueológicas y en algunas crónicas como “Fadala”, “Jubrique” “Benamaquís” “Pereilas”, “Pupiana” y, a saber cuantos otros en  aquella tan lejana sociedad  turdetana a la que pertenecía Cártama.

            Reconoce el ilustre sabio, don Manuel  Laza, que Cártama gozó siempre de un pasado esplendoroso y de  una antigüedad insigne. Al hilo de ello, queda para otra entrega el comentar la muy verosímil existencia, en época ibero turdetana,  en el mismo cerro del de la Virgen de Los Remedios (¡oh González Marín, cuánto te debe Cártama y que mal te está pagando: ¡quietas, lágrimas de patria chica!...), cual apuntan cada día más señaladamente las fóllegas analógicas derivadas de los escritos de los autores de la época.  

             Me consta, empero,  que  Asociaciones Vecinales locales que apuestan, pese a escasos medios materiales y humanos, por un resurgir de la cultura  y  la promoción integral  cartameña, en no reciente reunión en el Ayuntamiento encontraron en el hoy  alcalde, Jorge Gallardo,  en el primer teniente de alcalde, Miguel Espinosa, y en Juanfra Lumbreras (concejal de cultura), etc,  una disposición favorable y, por ende, esperanzadora en este sentido.