viernes, 27 de febrero de 2015

“LA TRISTE”, “LA PENA” Y “LA MUERTE” (Estampas de otrora)

                                                      
         Junto a  la caseta de  transformación eléctrica de la Cia. Sevillana en Cártama, sobre media mañana departíamos al agradable aire de levante, Enrique Marín y yo  sentados en los escalones de cemento agrietado que daban acceso a aquella y, Paco Juan Ramos y el veterinario del pueblo, Julio Fernández,  de pie. “La caseta de la luz”, que así la llamaba el vulgo, estaba adosada a la terminal de la tapia medianera de la cabreriza de “El Varguilla”, y también al  patio del matadero municipal, en donde  el veterinario tenía montado el potro para herrar   el ganado vacuno, asnal, caballar y mular, amén de otras actividades como capar los mulos,  caballos y burros. Solíamos departir  sobre hechos del  diario  discurrir  del pueblo, y de libros sin, por supuesto, dejar de darle un buen repaso a los políticos. Entonces la comidilla era el alcalde, Juan Casquete quien ordenó que en cuanto llegara la música para alegrar la feria, “que tire pa abajo que yo lo espero cavando lo encuento a los olivos y allí le daré la bienvenía, y que me toquen algo...”

         En esas estábamos, cuando nos aborda un “forastero de fuera”, recién llegado en el “cameón” (autobús) de línea, Cártama-Málaga, con  parada en la puerta del cercano bar-fonda,  “La Coina”. Nos dijo que venía a Cártama a contratar  dos “criadas”, que así se  le llamaban entonces a las “empleadas del hogar”, y, si le podíamos indicar como  localizar alguna de las que se dedicaban a ello porque, “tengo noticias de que en este pueblo, amén de buenas trabajadoras, son leales y prudentes”. 

         Como por arte de magia, aparecen tres mujeres que venían del cercano  pilar de los “Caños gordos”,  cada  una con un cántaro al cuadril, y en  una mano, un cubo de agua, que suministraban a las casas en las que, al efecto, trabajaban a tanto la vasija.  Entonces no había agua corriente en  las viviendas, salvo en dos o tres en todo el pueblo; la de los pozos era generalmente salobre y sólo servía para “regar la puerta de la calle” y, con ceniza, para la colada, y ello, si no se lavaba  ropas delicadas.

         --Pues mire usted  que cerquita tiene  tres; acérquese a ellas y propóngale su oferta. ¿Qué cómo se llaman?. Aquí  las conocemos por el mote: Una, la de la izquierda,  es La triste”, la de en medio, “La Pena” y, la otra, “La Muerte”, y puede  llamarlas  así sin reparos porque ellas  con el tiempo ya lo ven tan natural. La “Pena” tiene un hermano más pequeño, el que lleva un búcaro en la mano, al que, por ser hermano suyo  le han seguido el apelativo en masculino y, le llaman “El Pene”.

         El “forastero de fuera” terció la mirada hacia el cuadro que ofrecían  las tres mujeres y el acompañante masculino. Literalmente dio un respingo al comprender la razón de los  apodos; dio media vuelta más que de bulla en dirección  de la parada del “cameón” de viajeros, mientras nos farfullaba:

         --Hace poco se me ha muerto mi mujer;  bastante pena y desdicha tengo ya en mi casa. Hasta otra, señores. 

         El “caméon” tenía ya arrancado el motor alimentado con   gasógeno para iniciar la vuelta a Málaga, cuando desde la esquina próxima nos llegó el vozarrón  del “forastero de fuera” gritando tras un sonoro chiflido:  ¡Espeeeeren,  que me las najo...! ¡Que me las najo de este “cenizo” de pueblo...! ¡Le parezca a usted las cosas que a mi me pasan...!”

         La pintoresca escena nos sugirió meternos en la arcana  taberna de “La coina” y tomarnos unos “poyúos” del vinillo en rama que servía Antonia, la dueña,  con unas tapas  de ensalada de papas overas cocidas y aliñadas con aceite del terreno, cebollitas y otros aliños que a nadie dijo jamás,  servida de la exquisita forma, maternalmente solícita, que ella lo hacía.


        ¡Buena de verdad fue la mañana...! Cosas del pueblo cuando el pueblo aún tenía sabor a pueblo y ocurrían estas y otras  cosas raras...