lunes, 26 de agosto de 2013

“¿LIBERTAD...? ¿LIBERTAD PARA QUÉ...?”

                               
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            Hemos  podido leer  estos días, como algunos usuarios de las redes sociales se han expresado en relación al accidente  sufrido por la Delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuente, que la tiene aún, dada la gravedad de las heridas  sufridas, en la UCI del Sanatorio La Paz; quizás  los energúmenos escondidos cobardemente en el anonimato, se han animado a su felonía al conocer  las declaraciones  de algunos  líderes  de concreto partido político con aspiraciones a gobernar  España.

            A quienes la edad longeva nos dio ocasión  de conocer, y sufrir, tiempos  aciagos  de nuestra historia, que arrancaron en el prefranquismo  --la historia es siempre historia con sus sombras y sus luces en todo caso (en todo caso, oigan)--  se nos entristece el ánima hasta la casi congoja con tales manifestaciones (hasta ahora verbales) de recochineo ante la desgracia de otro ser humano por el simple hecho de no ser de la misma ideóloga, hasta el extremo de desear su muerte. Es terrible.

            Uno de los inhumanos  a quienes me refiero, valga un solo ejemplo por otros más, ha escrito:          “Lástima que nuestros  profesionales  de la sanidad pública (que ya sabemos quien la instituyó y cuando) sean tan buenos profesionales que no dejen de morir a Cristina Cifuentes. O sea que, en aras de una ideología, hay que matar a quien piense de otra forma. 

            Don Fernando de los Ríos, ministro de uno de los Gobiernos de la II República  (el que concedió al eximio cartameño, José González Marín, la Gran Cruz de Isabel la Católica a pericón de García Lorca y muchos intelectuales más), en una visita oficial a Rusia fue recibido por Lenin al que, como dato positivo de su gobierno, le informó que en España se había instaurado la libertad.  El  político comunista ruso decepcionó tremendamente al  español al contestarle:  “¿Libertad...? ¿Libertad para qué...?  

            Naturalmente que la libertad es uno de los dones más precioso del los que debe gozar la persona humana, y los gobiernos están obligados a proporcionársela a todos los ciudadanos, evitando con sabias y radicales leyes que unos usuarios de ella coarten, o priven a otros, de ella, cual es el caso, y otros no menos llamativos, que aquí nos ocupa.  Antonio Machado, nada sospechoso de “facha”, dijo en su poema, “Por tierras de España”:


“...Veréis llanuras bélicas y páramos ascetas


--No fue por estos campos el bíblico jardín-


Son tierras para el águila, un trozo de planeta


Por donde cruza errante la sobra  de Caín”


Y Azorín: “España siempre será España...”