lunes, 5 de noviembre de 2012

CANTO Y ELEGÍA A LA COMARCA GUADALHORCEÑA



 No hace mucho, en el Diario La Opinión, reseñaba  la más que discutible  gestión que  del Hospital de la Comarca del Guadalhorce hace la Junta de Andalucía y, al parecer, el equipo de gobierno y la desvaída oposición que comanda Leonor García Juli, unos por activa y otros por pasiva, del Ayuntamiento de Cártama.

 No obsta ello, para que hoy contrapongamos a tan desafortunadas gestiones,   los  dones naturales, culturales e históricos de  esta demarcación, los más enjundiosos, quizás, de nuestra provincia, que comprende los términos municipales de Álora,  Coín,  los Alhaurines (Grande y Chico),  Pizarra y Cártama, con el río Guadalhorce cruzando sus vegas,  cuyas aguas y légamos periódicos,  cual  otro “don”  del Nilo, las  riegan y amantillan.  

 Otrora, amén de ser un esplendente bastión agrícola con ganadería asociada, tenía  un armónico y complementario tejido industrial derivado de sus productos: Ganaderos (los embutidos cartameños fueron y son célebres); cañaveras del país que brotan en   sus inmensos sotos y eran  transformadas  artesanalmente en cañizos, zarzos,  cabos para escobas y soportes para plantas  hortenses;  producción de cítricos que eran, y son aún, exportados al interior de la Península y al exterior. Antaño también contaba con extensas plantaciones de vides de las que, aparte de uvas de consumo en fresco, se obtenían pasas que fueron famosas en el mundo entero, al igual que vinos de marca autóctona, y así hasta que en 1.889 la filoxera acabó con ellas. Las naranjas “cachorreñas” de esta vega  (que dieron nombre a una célebre sopa  típica de la zona), que no eran  exportadas al Reino Unido en donde  fabricaban con ellas una celebre mermelada con patente registrada, se mondaban  para pasturas del ganado vacuno y, sus cáscaras ,eran secadas y después vendidas   al peso para fabricación de pólvora, de ahí la enorme cantidad de elevados “cascareros” que aún tachonan la ribera.

 Esta vega fue antaño la despensa de Málaga: En primavera y verano cada atardecer  los labriegos ponían al borde de los caminos los pañiles de frutos de la tierra  “con las caras hechas” para  su venta,  que los cosarios iban recogiendo en carros o camionetas y, de madrugada, llevaban a alguna cuartelada del Mercado de Mayoristas en Málaga en donde se subastaban a minoristas. La vida bullía en todo tiempo por estos campos  desde el alborear  hasta el crepúsculo: Los moreros acompasaban con abandolados cantes de trilla el lento y cansino trote de las colleras en las eras; era frecuente oír el mugir de las vacas y el bramar de los bueyes en los manchones; desde  lontananza llegaba el eco de  los platillos de carretas de barcina por los caminos, a cuyo son el carretero lanzaba al aire un cante por temporeras; regularmente,  los pitidos de los trenes marcaban la hora de los rengues y revezos en los tajos; desde los sotos el zureo de las tórtolas “angorando” su postura,  ponía una peculiar nota a la sinfonía horaciana; las noches estrelladas sobre  el cri cri de los grillos entre  las yerba punta y el croar de las ranas en las almatriches, desde  las cortijadas del contorno llegaba un insidioso  ladrar de perros ¿qué  se decían los perros con esta  con esta parla alternativa...? Probablemente como el Colmillo Blando de Jack London se trate de una comunicación con sus remotísimos ancestros; quién sabe. 

Pero amén de lo expuesto, esta zona debe recuperar y poner en valor su impresionante acervo cultural: historia envidiable que hinca sus raíces en la bruma de los tiempos; bellísimas tradiciones; emotivas leyendas; singular folklore popular autóctono  que han quedado eternizado en los pentagramas  de folkloristas como Manuel García Matos y  filólogos cual Menéndez Pidal;   y, como pilar fundamental de su activo cultural, egregios personajes cuyas famas  sobrepasaron los lindes locales para incardinarse los nacionales e incluso internacionales no tenemos espacio hoy para ponderar.

 Ya sabemos que los tiempos cambian y no vuelven cuales fueron, pero sería de irresponsables olvidar aquellos en que tenemos hincadas nuestra raíces y son una prolongación de nuestras propias vidas. Por otro lado, en principios  y valores humanos no hemos mejorado los de aquellas generaciones sino, todo lo contrario, y, lo que fue una zona de exuberante riqueza, es hoy campo desolado y cuasi erial.

Resulta de todo ello es que todos los trabajadores en cualquiera de los sectores de la economía han buscado trabajo en la costa, en donde aún, incluso con la depresión de la construcción, el sector turístico y  sus correlatos ofrecen ciertas posibilidades de colocación.

De esta manera, nuestros pueblos, salvo excepciones,  se empobrecen cada día más, pues la enorme plusvalía que deja el trabajo queda concentrada en la zona en donde se da éste; las compras se realizan generalmente  en las zonas del trabajo en donde el gran  capital al socaire de ese mercado ha establecido instalaciones y métodos de marketing muy potentes, que a veces, ni siquiera va en beneficio de estas zonas, porque se trata de empresas de capitales foráneos. Todo ello no hace sino convertir  nuestras villas y nuestros campos en parcelas ad hoc en meros dormitorios  que, además, se convierte en lo comercial y económico en una pescadilla que se muerde la cola: No se compra (creando riqueza) en los pueblos porque no existen  buenas estructuras comerciales, y estas no se desarrolla porque “la gente se va a Málaga a comprar”. Es cierto que los tiempos cambian y exigen nuevas formas de vida, pero ello no quiere decir que renunciemos a nuestras raíces ni adoptemos, por prurito y moda, métodos de vida peores que los sustituidos.