domingo, 14 de octubre de 2012

EL RELATO BREVE DE HOY


                                           EL “HUEVÚO” Y LOS POLÍTICOS  (AS)


            Uno de los atributos que los varones suelen llevar entre las piernas, aquel bercero callejero lo llevaba abultadamente  montado sobre uno de sus muslos. La causa del fenómeno todo quisque barruntaba,  pero nadie la sabía a ciencia cierta, razón por la que el común de las gentes le llamaba simplemente, “el bercero huevúo”.

            Era aparcero de un pequeño huerto de regadío de cómo dos fanegas,  en donde personalmente cultivaba toda clase de verduras  de estaciones.

            Cada día, a las del alba, lloviera o tiritara el verbo si era invierno,  más llevadero si  verano,   enjaezaba su mula con el aparejo y, sobre éste, un serón de esparto con profundos cujones que en tandas de variedades hortícolas los llenaba  para venderlas callejeando  por el pueblo.

            Se sabía que la gente del consistorio lo traía  frito a impuestos, que le eran cobrados en plena calle a tenor del precio total de la mercancía según el aforo hecho por el práctico municipal, a la vez romanero de los arbitrios de usos y consumos.

            El bondadoso  bercero, pese a la indama que sentía contra  la plebe edilicia por su voracidad recaudatoria, no se atrevía a  vocearlo (¡menudos son los mandamases!) pero, por bajinis, se le solía  oír: Y yo trabajando día y noche, bregando con la dura tierra, con las lagartas, el gusano gris, el mildeu, el tizón, etc, para  cada día tener  que entregar parte del fruto de mis sudores a estos  vagos, que no hacen ni el huevo sino arruinarnos, estos arrimaos  de lipendi a la olla de la sopa boba, y otros etcéteras que mejor es no reproducirlos. Si el bercero hubiera vivido estos tiempos de nuestra España, en do la mentira, la trola, la corrupción de hechos y de conceptos lo invade todo ¿qué hubiese dicho?  

            Pero la cosa parece que viene de lejos y no se vislumbran propósitos de enmienda. Ya  en los tiempos Bíblicos,  un autor recoge una escena concordante con lo que expongo: A Pilatos, que juzgada al dulce Jesús, se le quedó fija una frase de Él  “yo he venido al mundo para dar testimonio de la verdad...” Pilatos, político, se preguntaba  quien podría ser aquel justo al que debía condenar a muerte  ¿un iluso, ¿un loco? ,  ¿un soñador?... Él (Pilatos), sabía por experiencia que no es posible gobernar y vencer en política sin el engaño, el fraude y la mentira, y así, con ese escepticismo propio de muchos políticos de las  sociedades decadentes, exclamó: “Y qué es la verdad”.

            Pilatos no se había enterado --sí, su mujer, Claudia Prócula, nacida en Cartima (Cártama actual)--, que el Reo había dicho “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. El tiempo ha demostrado lo real de lo que aseveraban  ambos.

            Volviendo al bercero, sus pregones callejeros con voz aguardentosa y cansina  durante el recorrido  una y otra vez por las empedradas, cuando no terrizas, calles del lugar, llevando tras de sí su sumisa y abnegada mula castaña cuyo cabestro él llevaba terciado por los hombros cabe la nuca, andando parsimoniosamente, “huevo” (o lo que fuera) en ristre, era de esta guisa:

            Amas, llevo coles empellá, lechugas oreja mula y mininas del terreno, acelgas, rabanitos de entre alfalfas, batatas California y blancas para cocidas o asadas, papas orondas y, overas para engañar al vino, coliflores, cebollas y cebolletas, yerbabuena, aceitunas pa partir (en eso se acordó de los políticos y sus impuestos) y, en un lapsos mental, seguía: Amas, llevo políticos mauros y como las verduras, doy dos por el precio de uno...




NOTA: Probablemente el siguiente artículo esté dedicado a una significada concejala del Ayuntamiento de Cártama porque, ¿a quien que le apuñalen no  le sangra y duele  la herida?